miércoles, 24 de julio de 2013

Te esperaré. Capítulo 4

Aquella noche a Savannah le costó bastante conciliar el sueño. No dejaba de dar vueltas en la cama pensando en Ben. Lo había llamado poco antes de irse a dormir y le había dicho que se encontraba bien y que ya quería verle. Y Ben le prometió que si tardaba mucho en volver, él mismo sería el que fuera hasta San Francisco a visitarla.
Esa mañana tenía que ir con su madre en busca del famoso editor que publicaría su libro.
Se despertó debido a las cegadoras luces que entraban por la ventana y por el insoportable ruido del tráfico en la calle. Pestañeó varias veces para acostumbrarse a la fuerte luz que ya invadía la habitación y para recordar que se encontraba a muchos cientos de kilómetros de su antigua hogar, de donde quería estar en ese momento.
Miró el reloj: las nueve y media. Se incorporó un poco y se quedó sentada en la cama. Echó un vistazo a la habitación que el día anterior había acabado de decorar y se quedó muy satisfecha. En el escritorio había colocado todo tipo de perfumes, cepillos, maquillaje, cosméticos y demás. Había metido toda la ropa en el armario y había decorada sus puertas con decenas de pósteres de sus grupos preferidos. En la mesilla había colocado una foto de ella y Ben y el libro Los miserables, que su madre le había recomendado leer. Y, por supuesto, ya había escondido el cuaderno de ella y su novio bajo el colchón.

Se levantó y se arrastró al baño para darse una ducha. Se vistió con un conjunto sencillo, se peinó su pelo castaño ondulado y bajó a desayunar.
En la cocina ya se encontraba su madre tomando un café y leyendo el periódico. Mamá leyendo el periódico, ¿cuándo se ha visto eso? - pensó Savannah. También se preguntó si las cosas cambiarían mucho más en aquel lugar.
-Buenos días hija.
-Buenos días mamá.
-Las tazas están en aquella alacena.
Savannah se bajó una y se hizo un Cola-Cao que calentó.
-¿Está muy lejos en sitio al que vamos?-preguntó.
-¡Qué va! ¡Está a un par de manzanas de aquí!

Después de terminar con los últimos arreglos matutinos, se montaron en el coche.
Se bajaron en unos veinte minutos en un edificio con miles de ventanas en cuya azotea descansaba un letrero en el que rezaba ROCAEDITORIAL.
-¡Guau! Mamá, no me habías dicho que iban a publicar tu libro en  Rocaeditorial-exclamó Savannah al bajar del coche.
Su madre suspiró sonriendo.
-A ver si hay suerte.
Se acercaron a la entrada. En la puerta había un pequeño cuarto con un gran cristal con un agujero por el que hablar. Dentro había una mujer más bien mayor y algo gorda que pasaba el rato haciendo una sopa de letras.
-Buenos días-empezó la madre-estamos buscando a Samuel Farr.
La mujer alzó la cabeza y las miró con cara de pocos amigos.
-Bloque 2 piso 4º.
-Muchas gracias-sonrió la mamá.
La mujer del mostrador volvió a centrarse en su sopa de letras.

Llegaron sin mucha dificultad a su destino. Al llegar el ascensor al cuarto piso descubrieron una habitación gigantesca con una treintena de personas yendo de un lugar a otro sosteniendo cientos de papeles y cuadernos.
La madre de Savannah, que se encontraba un poco perdida, llamó a la primera persona que pasó cerca.
-Disculpe-cuando la mujer de unos treinta años, morena y con el pelo recogido en un moño paró en seco, continuó-¿Samuel Farr?
La mujer señaló con la cabeza hacia adelante, donde había un largo pasillo que daba a una puerta blanca.
-Muchas gracias.
La mujer del moño prosigió su camino.
Madre e hija se dirigieron al lugar que la señora había señalado. Pararon ante la puerta. Anne, que así se llamaba la madre de Savannah, se peinó el cabello con las manos antes de llamar a la puerta y preguntar "¿Se puede?".
-Por supuesto-contestó alguien con un tono muy jovial desde dentro.
Cuando ambas entraron se encontraron con un hombre joven, de unos 30 años con el cabello corto y moreno que estaba sentado en una larga mesa al fondo del cuarto. Se levantó a saludar a las recién llegadas.
-¡Hola chicas! Os estaba esperando.
Tendió la mano a la madre y le dio dos besos a Savannah en las mejillas.
-Tú debes ser Anne, te estaba esperando.
-Encantada.
-Y tú-dijo dirigiéndose a la muchacha-eres Savannah, su hija. ¿Me equivoco?
-No, soy yo-contestó Savannah sonriendo.
-Genial-dijo-sentaos, por favor.
Mientras volvía a ocupar el sitio en su mesa, Anne y su hija se sentaron en dos sillones que había enfrente.
-¿Sabes Anne? Estoy deseando publicar tu libro. Quiero que todo el mundo se entere de tu don. Vas a hacer disfrutar a muchas pesonas.
-Gracias.
-A ti.
-Con un poco de suerte, estará puesto a la venta en unos meses.
-¿Ya te ha convencido?
-Por supuesto. Me encantó absolutamente todo de él cuando me lo mandaste por e-mail. Es... es justo lo que el público necesita. Una historia de guerra con amor de por medio. Creo que va a ser un éxito. ¿Has leído Harry Potter?
-Sí, hace unos...
-Pues el doble-tajó Samuel.
Anne sonrió desconcertada.
-Bueno, creo que es muy dificil igualar y ya no digamos superar a Rowling.
-Anne, llevo muchos años en esto y tu historia es una de las mejores que he leído nunca.
-Gracias.
-¿Estás lista para que la gente lea tu libro?
Anne suspiró.
-Claro que sí.

                                                                    

 Savannah y Anne salieron muy contentas de allí. La madre estaba segura de que su sueño de convertirse en escritora empezaba a ver la luz y su hija se alegraba por ella.
Montaron en el coche.
Anne miró a su hija.
-¿Quieres que hagamos algo? Yo invito.

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