martes, 23 de julio de 2013

Te esperaré. Capítulo 3

Savannah metió su neceser en la maleta y la cerró. Le costó un poco ya que había metido dentro todo su armario, ya que no sabía por cuánto tiempo se iban a ir. También había metido libros, discos de música, fotos y más objetos para pasar el rato.
Estaba a punto de cerrar definitivamente la maleta cuando se acordó de una cosa. Levantó el colchón de su cama que ya estaba sin ropa de cama y sacó de debajo un cuaderno marrón de pasta dura y de un tamaño más bien grande.
Lo abrió e inmediatamente sonrió. Era un cuaderno que ella y Ben habían hecho para acordarse de todos los buenos ratos que habían pasado juntos. Fotos, frases, recuerdos, dibujos y todo tipo de garabatos e imágenes adornaban el interior del libro. A Savannah se le inundó la mente de todos aquellos recuerdos y no pudo evitar derramar alguna lágrima. Lo iba a echar tanto de menos. Tanto tanto...
-Cariño ¿estás bien?
Las palabras de su madre desde la puerta de su cuarto la interrumpieron.
-Sí sí, estoy bien-contestó la chica secándose las lágrimas con las manos disimuladamente.
Metió el cuaderno en la maleta y cerró la maleta finalmente.
-¿Lista?-preguntó la madre.
-Sí; lista.
-Pues vamos; nos espera un largo camino por delante.
Savannah agarró la maleta del asa y bajó las escaleras hasta la puerta de entrada. Su madre ya había salido y se encontraba metiendo el equipaje en el coche.
Antes de salir, la muchacha echó una última mirada a lo que durante 17 años había sido su hogar. En él había pasado muy buenos y malos momentos, pero hasta los malos constituían toda su vida en aquel lugar.
Momentos como la muerte de su padre, la adquisición de su primer perrito, la muerte de éste nueve años después, su primera bici, su primer diente caído, su primer golpe, sus primeros pasos...
Volvió a contener las lágrimas y salió, cerrando la puerta tras de sí.
Tras meter su maleta en el coche su móvil sonó con el pitido que anunciaba un SMS.
Encendió el aparato y leyó:
Ya te echo de menos. Espero que tengas buen viaje y seas muy feliz. Yo te estaré esperando hasta que vuelvas, recuérdalo. Te quiero. Ben.
 Savannah sonrió. Sí, definitivamente lo añoraría mucho. Suspiró, metió el móvil en su bolso y se metió en el asiento del copiloto del coche.  
Su madre, que ya se encontraba allí la miró y le dio un beso. Ella le sonrió. Una vez con el coche en marcha su madre puso la radio. Ya era casi mediodía y el sol de principio de verano entraba radiante por las ventanas del auto. Savannah apoyó su codo en la ventana  y hundió su cabeza entre sus brazos.

                                                                     

                                        ♥

 El viaje fue largo y pesado. Pararon para comer, después hicieron una especie de merienda en unos merenderos que encontraron por el camino con la comida que tenían guardada en la nevera portátil y otra para estirar un poco las piernas. 

-No volveré a cruzar Estados Unidos en coche nunca más-había dicho Savannah.

Cuando llegaron el tráfico era impresionante. Aunque aquello no fue lo que más le impresionó a Savannah; lo que más perpleja le quedó fueron los enormes edificios, las luces, los ruidos, los inmensos restaurante y los parques gigantes. Al ver un McDonald's en cada esquina, a Savannah comenzó entrarlo bastante hambre, pero no se lo dijo a su madre para no distraerla al volante ya que parecía muy perpleja también. Comparando su pequeño pueblo de Carolina del Norte a la ciudad de San Francisco...

Después de una hora deambulando por la ciudad y de pelearse con el mapa de San Francisco, llegaron enfrente de un enorme edificio comunitario en color gris. El color no era muy bonito, pero le confería un aspecto elegante y no era nada feo el sitio. Aparcaron el coche en el garaje comunitario y subieron por el ascensor hasta su piso. Las dos en silencio, pero no era un silencio muy incómodo.

Llegaron a casa exhaustas. Ambas se tiraron del golpe en el sofá rojo que presidía el salón. Cuando hubieron pasado veinte minutos descansando en el sofá, Savannah fue a inspeccionar la casa. El salón no tenía practicamente ningún mueble: el sofa grande rojo, una mesa de centro anticuada y triangular y un mueblo largo a juego con la mesa de centro y la tele plasma encima. Detrás del sofá estaba el comedor, que consistía en una mesa gigante con muchas sillas a su alrededor y-como no-a juego con la mesa de centro y el mueble de la televisión. Deberían haberla comprado todo junto en oferta-pensó Savannah-o quizás es de esas abuelas a las que les gusta quedarse con las pertenencias de sus tatatarabuelas. A la derecha del salón-comedor y no muy lejos se hallaba la cocina, también muy normalita pero que resaltaba mucho por su color naranja chillón en las alacenas. Algo moderno, por lo menos-se dijo Savannah. En frente de la entrada se extendió un largo y estrecho pasillo que conducía una puerta con el baño y a cada lado dos habitaciones inmensas y vacías.

Subiendo las escaleras, Savannah se encontró con una larga y estrecha habitación a un lado, que probablemente su madre usaría de cuarto de la colada, un baño, otra habitación de buen tamaña con una cama, una mesilla, un armario y un escritorio y otra mucho más grande, la principal. Tras inspeccionar bien las dos habitaciones, Savannah se dio cuenta de que la grande debería ser de su madre y la pequeña la suya. No le convencía mucho, pero debía ser así. Le terminó de convencer, eso sí, cuando subió del todo la persiana de la gran ventana y ver que eran puertas acristaladas correderas que daban a una inmensa terraza con vistas de todo San Francisco.

-Pues sí, esta será mi habitación-dijo la muchacha sonriendo.

Sus pensamientos volvieron a ser interrumpidos por su madre:

-¿Qué haces mi amor? Ven, venga, ayúdame a desempaquetar todo esto.

 

 

 

  

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